Dirección:
Calicuchima
117 y Farfán.
Horario:
Lunes a domingo de 9:30 a 13:00.
Días
festivos de 9:30 a 13:00.
Servicios:
Visitas
guiadas, folletos, postales, comedor.
Teléfono:
295 25 16
La exigencia en la preparación
espiritual de los clérigos obligaba que sus recintos, a los que se llamó
recoletas, fueran construidos en "edenes" lo más alejados del
mundanal ruido. Así, el Convento de San Diego, ubicado actualmente hacia el sur
de Quito, se inscribe en esta línea. En 1598 la congregación franciscana obtuvo
del Cabildo la autorización para levantar la obra, bajo la dirección del fray
Bartolomé Rubio.
Hacia 1603 se había concluido la
iglesia, y el convento estaba en fase avanzada. En 1626 los patios internos del
claustro habían sido concluidos. Y los anales del Cabildo señalan que por 1650
San Diego ya oficiaba como una casa de retiro para "veinte religiosos de
penitente vida". Todavía faltaban pequeños detalles, por lo que en 1689
fue nombrado "Obrero Mayor" de la construcción al legendario fray
Manuel de Almeida, quien ocupó la guardianía de la recoleta sandiegina de 1701
a 1704. De ser cierta la leyenda que dé él se cuenta correspondería a esta época.
El lugar incluso toma más fuerza mítica por la presencia de otro héroe del
imaginario quiteño: Cantuña. Si bien él pinta como constructor del atrio de San
Francisco, sus manos nunca estuvieron allí, sino en San Diego, donde hizo
algunos trabajitos de cerrajería por los que cobró siete pesos. Hacia la mitad
del XVIII, el Convento fue concluido totalmente con acabado impecable, según
cuenta el viajero inglés William Stevenson: "Casi oculto en medio de los
árboles y de las rocas este retrete es de los románticos. Se ha puesto especial
cuidado en que este edificio aparezca como una ermita aislada. Es tal vez en
todo el Nuevo Mundo la morada que más conviene al retiro religioso...". Desde
el punto de vista artístico, san diego
ha conservado el atractivo de una recolección, cuya riqueza espiritual se
oculta en la apariencia austera de sus muros.
El artesonado de lacería mudéjar,
que adorna el cielo raso del presbiterio, la mano y dirección del gran
arquitecto y escultor fray Francisco Benítez,
son las patentes en este primor decorativo heredado de los árabes.
El púlpito, que data de 1738, es una
expresión notable del barroquismo del siglo XVIII, que estalló si dinamismo en
los pámpanos de la vid que se adhieren a las volutas de las columnas salomónicas.
Representa un cáliz con su pedestal de fuste labrado y las paredes de la copa
convertidas en pasamano, dividido a trechos por columnas entorchadas, que encuadran
a nichos de remate semicircular con una pequeña imagen al medio. Interpuesto un
retablo con una bajo relieve de san Diego, se sobrepone el tornavoz como tapa
de copón que remata con una imagen de san Buenaventura en ademán de predicar.
Este Museo posee una gran riqueza de
obras pertenecientes a la escuela quiteña del siglo XVIII. Sus paredes guardan
preciosos lienzos con alegorías a la pasión de Cristo, a la asunción de María y
a la vida de castidad y pobreza de santos como Francisco de Asís y Diego de
Alcalá, patrono del convento; la imagen de la Virgen de Chiquinquirá; y el
crucifijo por sobre el cual el bohemio padre Almeida salía a sus jaranas
nocturnas.
En el recorrido la iglesia se pueden apreciar lienzos
alegóricos a San Francisco de Asís, con firma de Andrés Sánchez Gallque, el
cuadro de Cristo agonizante, de autor anónimo, que se dice inspiró la
"Piedad" de Caspicara; y la imagen de la Pasión del Señor, cuya
autoría se confiere a Francisco Albán. En visita a este recorrido de este museo
es un encuentro con al arte quiteño muy histórico.
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