lunes, 11 de mayo de 2015

MUSEO MANUELA SÁENZ



DIRECCIÓN:
Centro histórico, calles Junín 720 y Montufar.
 
HORARIOS:
Lunes a viernes de 8:00 a 13:00 y de 14:00 a 17:30.
COSTO:
Todo público 0.80 centavos 


Frente a la fachada de la casa Oe 113, en la calle Junín, en un asta, flamea una bandera con una silueta femenina. Con dos pisos y un subsuelo sostenidos por gruesas columnas y muros de adobe que superan los 50 cm de ancho, la vieja casona, que aparece en los mapas del Quito colonial de finales de 1700, se ha convertido en un relicario de la historia. Con aire conventual y semillero patriota, el barrio de San Marcos tuvo como vecinos a José Mejía Lequerica, Francisco Javier Ascázubi, Carlos Andrade Marín, Juan Pablo Arenas, entre otros. Imagen .Sin embargo, ha sido Manuela Sáenz, con sus cartas, recuerdos, armas y sus ideas de libertad, quien ha regresado para compartir su historia con los visitantes que llegan a la Casa Museo, que lleva su mismo nombre. Desde los ventanales del museo, hacia la calle Junín, se observan los altos y blancos muros del convento que aún preservan la vida monástica de las monjas de Santa Catalina. Tras esas paredes, Manuela creció bajo la tutela de las religiosas durante sus primeros cuatro años, por encargo de su padre Simón Sáenz. En 1988, el comerciante industrial Carlos Álvarez Saá adquiere la casa y durante cuatro años trabaja en su restauración, respetando en gran medida la estructura y materiales originales. Historiador y coleccionista por vocación, Álvarez decide exponer una amplia colección de armas, monedas, arte religioso y un sinnúmero de documentos y objetos que pertenecían a su admirada Manuela. Ana María Álvarez es parte de la segunda generación que se dedica a cultivar en los jóvenes y adultos el conocimiento de la Caballereza del Sol, quien un 16 de junio de 1822 tejió una corona de rosas y laureles para recibir a Simón Bolívar, El Libertador, como ella lo llama en sus epístolas.



“Fue un cruce de miradas entre Bolívar y Sáenz lo que cambió la historia de América Latina y avivó la causa libertaria”. Álvarez aseguró que Bolívar no fue el único extranjero que se dejó conquistar por el apasionado fuego que late en las pupilas de las quiteñas. Una colección de pinturas, cuyos originales se conservan en la Sociedad Bolivariana, recoge importantes momentos en la vida de Manuela. En la siguiente habitación, sobre el entablado de madera que cruje con el caminar de turistas nacionales y extranjeros que visitan el museo, están los muebles que pertenecieron a Antonio José de Sucre y a la Marquesa de Solanda.

En los corredores, la mirada de más de una quincena de santos católicos acompañan a los visitantes en el recorrido. Son parte de la colección de arte religioso. En el segundo piso, 27 Cristos pertenecientes a la Escuela Quiteña se muestran como evidencia de las habilidades de los primeros artistas locales, entre los que destaca la perfecta anatomía de tres Caspicaras. El tallado de la madera, los materiales utilizados y el delicado encarnado se observan a través de las capas

desgastadas de una de las esculturas. Monedas americanas con perfiles que miran a España y otras europeas que miran hacia América se exhiben junto a decenas de armas de fuego, espadas y sables. Álvarez trabaja en una investigación para profundizar en la historia de cada moneda de la colección. Dos bayonetas que se utilizaron en la Batalla de Pichincha, con la cual se selló la independencia quiteña, escoltan un cuadro con la imagen de una joven Manuela que aún tiene la mirada clavada en El Libertador, quien viste un traje militar cubierto con una brillante capa azul. Daniel Crespo, hijo de Ana María Álvarez y parte de la tercera generación que custodia este vasto patrimonio, prepara una trilogía de textos, sobre la vida de la Generala de América.

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