Centro histórico, calles Junín
720 y Montufar.
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HORARIOS:
Lunes a viernes de 8:00 a 13:00 y de 14:00 a 17:30.
COSTO:
Todo público 0.80 centavos
Frente a la fachada de la casa Oe 113, en la
calle Junín, en un asta, flamea una bandera con una silueta femenina. Con dos
pisos y un subsuelo sostenidos por gruesas columnas y muros de adobe que
superan los 50 cm de ancho, la vieja casona, que aparece en los mapas del Quito
colonial de finales de 1700, se ha convertido en un relicario de la historia.
Con aire conventual y semillero patriota, el barrio de San Marcos tuvo como
vecinos a José Mejía Lequerica, Francisco Javier Ascázubi, Carlos Andrade
Marín, Juan Pablo Arenas, entre otros. Imagen .Sin embargo, ha sido Manuela
Sáenz, con sus cartas, recuerdos, armas y sus ideas de libertad, quien ha
regresado para compartir su historia con los visitantes que llegan a la Casa
Museo, que lleva su mismo nombre. Desde los ventanales del museo, hacia la
calle Junín, se observan los altos y blancos muros del convento que aún
preservan la vida monástica de las monjas de Santa Catalina. Tras esas paredes,
Manuela creció bajo la tutela de las religiosas durante sus primeros cuatro
años, por encargo de su padre Simón Sáenz. En 1988, el comerciante industrial
Carlos Álvarez Saá adquiere la casa y durante cuatro años trabaja en su
restauración, respetando en gran medida la estructura y materiales originales.
Historiador y coleccionista por vocación, Álvarez decide exponer una amplia
colección de armas, monedas, arte religioso y un sinnúmero de documentos y
objetos que pertenecían a su admirada Manuela. Ana María Álvarez es parte de la
segunda generación que se dedica a cultivar en los jóvenes y adultos el
conocimiento de la Caballereza del Sol, quien un 16 de junio de 1822 tejió una
corona de rosas y laureles para recibir a Simón Bolívar, El Libertador, como
ella lo llama en sus epístolas.
“Fue un cruce de miradas entre Bolívar y
Sáenz lo que cambió la historia de América Latina y avivó la causa libertaria”.
Álvarez aseguró que Bolívar no fue el único extranjero que se dejó conquistar
por el apasionado fuego que late en las pupilas de las quiteñas. Una colección
de pinturas, cuyos originales se conservan en la Sociedad Bolivariana, recoge
importantes momentos en la vida de Manuela. En la siguiente habitación, sobre
el entablado de madera que cruje con el caminar de turistas nacionales y extranjeros
que visitan el museo, están los muebles que pertenecieron a Antonio José de
Sucre y a la Marquesa de Solanda.
En los corredores, la mirada de más de una
quincena de santos católicos acompañan a los visitantes en el recorrido. Son
parte de la colección de arte religioso. En el segundo piso, 27 Cristos
pertenecientes a la Escuela Quiteña se muestran como evidencia de las
habilidades de los primeros artistas locales, entre los que destaca la perfecta
anatomía de tres Caspicaras. El tallado de la madera, los materiales utilizados
y el delicado encarnado se observan a través de las capas
desgastadas de una de las esculturas. Monedas
americanas con perfiles que miran a España y otras europeas que miran hacia
América se exhiben junto a decenas de armas de fuego, espadas y sables. Álvarez
trabaja en una investigación para profundizar en la historia de cada moneda de
la colección. Dos bayonetas que se utilizaron en la Batalla de Pichincha, con
la cual se selló la independencia quiteña, escoltan un cuadro con la imagen de
una joven Manuela que aún tiene la mirada clavada en El Libertador, quien viste
un traje militar cubierto con una brillante capa azul. Daniel Crespo, hijo de
Ana María Álvarez y parte de la tercera generación que custodia este vasto
patrimonio, prepara una trilogía de textos, sobre la vida de la Generala de
América.
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